“No me gustan las sorpresas” es la reacción de Piedade (Anabela Moreira) ante la inesperada visita de su hija Salomé (Madalena Almeida) que rompe con la aparente calma contemplativa en el jardín con piscina del añejo hotel en el norte de Portugal. Esta llevado por Piedade con su madre Sara (Rita Blanco) y su prima Raquel (Cleia Almeida). El padre de Salomé, con quien había vivido hasta entonces, ha muerto poco antes, pero no hay simpatía por parte de ninguna de las mujeres. En la cena conjunta en el restaurante vacío del hotel, todas hablan a la vez, y todas solo parecen entenderse y escucharse a sí mismas. El trato entre ellas es despiadado, los pocos toques de ternura se convierten en odio y crueldad en cualquier momento. En este ambiente, los intentos de acercamiento de Salomé hacía su madre parecen casi provocativos, al mismo tiempo ella la confronta con palabras tan duras como se usan aquí todas entre sí. Como explicación del comportamiento insensible y apático de Piedade, se atestigua un trastorno mental grave, sería neurótica, bipolar, obsesiva-compulsiva. Sin embargo, pronto resulta que la relación tóxica madre-hija con insultos y desvalorizaciones mutuos no solo existe entre Salomé y Piedade, sino al menos por igual entre Piedade y su madre Sara. Sólo Ângela (Vera Barreto) –cocinera dotada, señora de la limpieza y criada a la vez– parece capaz de sentimientos como lealtad y gratitud.
La ausencia de hombres es llamativa y significativa, aparte de fragmentadas palabas de una de las mujeres sobre violencia doméstica en medio del alboroto de voces en la primera noche. Y aparte de las riñas y regañas entre los huéspedes, que siguen traspasando las paredes del hotel. Así que hasta ellos parecen afectados por la atmósfera envenenada del lugar. A pesar del acogedor encanto retro que se captura repetidamente en planos generales, prevalece una sensación opresiva, casi hermética. Por cierto, los abismos interpersonales entre los huéspedes del hotel son revelados por el director João Canijo en una segunda película complementaria, que –también en el programa de esta Berlinale (Encounters)– invierte la perspectiva en el sentido más estricto de la palabra: “Mal Viver” es el nombre del uno, “Viver Mal” del otro.
“Todo es tan triste.” Esta frase de Piedade recorre la película y describe exactamente el estado de tristeza y desesperanza del que la película no libera a uno hasta el final.
Kristin Wolter